Hay objetos que acompañan épocas enteras. El reloj es uno de ellos. Hoy lo llevamos en la muñeca sin pensarlo demasiado, pero no siempre fue así. Durante siglos, ver la hora era casi un ritual… y uno que requería las dos manos. Si alguna vez viste a Thomas Shelby en Peaky Blinders sacar su reloj de bolsillo con ese aire calculado, entendés perfectamente de qué hablamos.
Cuando el tiempo vivía en el bolsillo
La historia sitúa la invención del primer reloj de bolsillo alrededor de 1510, atribuida a Peter Henlein, un cerrajero maestro de Núremberg. En ese entonces, no eran simples dispositivos para medir la hora: eran símbolos de clase, piezas de estatus que marcaban una diferencia evidente entre la élite y el resto. La ropa incluso incorporaba bolsillos especiales para guardarlos, y los materiales decían todo sin necesidad de hablar: plata, oro, latón, platino…
Pero más allá del valor económico, muchos relojes de bolsillo se convertían en verdaderos tesoros familiares. Pasaban de generación en generación, cargando historia, personalidad y un tipo de vínculo íntimo con el tiempo que hoy casi se siente lejano. Parte de esa mística viene de cómo se leía la hora: en la palma de la mano, acercando el reloj al cuerpo, como si el tiempo fuese un secreto compartido.
Claro que, en términos prácticos, no eran ideales. Para ver la hora tenías que frenar, meter la mano en el bolsillo y usar ambas manos. No era lo más cómodo si estabas en movimiento, trabajando… o piloteando un avión, como descubriría un hombre en particular.
El salto a la muñeca
El primer reloj de muñeca aparece en 1810, cuando Abraham-Louis Breguet diseñó un reloj de pulsera para Caroline Murat, Reina de Nápoles. Recién a principios de 1900 algo empezaría a cambiar. Y uno de los responsables fue el aviador Alberto Santos-Dumont, quien se quejaba con su amigo Louis Cartier de que chequear la hora en pleno vuelo era un desafío: necesitaba ambas manos para controlar la aeronave.
Cartier entendió el problema y decidió hacer algo completamente nuevo. Tomó el diseño cuadrado de un reloj de bolsillo que ya había creado, lo adaptó a una correa de cuero, sumó un calibre Jaeger y añadió detalles inspirados en el Art Déco. El resultado fue un ícono que combinaba funcionalidad con estilo, ideal para un pionero del aire.
Un objeto pequeño, una historia enorme
La evolución del reloj no fue sólo tecnológica: fue cultural. Pasó de ser un símbolo aristocrático a una herramienta de precisión para exploradores, soldados, pilotos y, más tarde, para cualquiera que necesitara organizar su vida diaria. Lo que antes era un gesto (sacar el reloj del bolsillo) hoy es apenas un movimiento de muñeca.
